Santo Domingo, RD Herald. – Los valores están ahí —en la vida y en las cosas— a la espera de ser descubiertos. Cuando la persona los reconoce, se deja formar y moldear por ellos; solo entonces adquieren sentido, pues su existencia cobra significado en relación con quien los acoge. El ser humano, impulsado de modo natural hacia el bien y la felicidad, tiene como tarea jerarquizar esos valores, otorgándoles su justa medida.
Con frecuencia nos preguntamos por qué esta profunda crisis de valores parece crecer como bola de nieve: cada vuelta la hace más grande. Toda crisis, sin embargo, es propia de épocas de cambio; y nuestra sociedad los vive a cada instante y en todos los niveles.
Hemos forjado una idea casi mítica de la libertad omnímoda: una libertad sin límites ni barreras, donde nada ni nadie —ni la conciencia, ni el prójimo y, para algunos, ni Dios— puede interponerse. A esa deformación se suman el egoísmo y la falta de solidaridad, que derivan en opresión y racismo, atropellando cuanto obstáculo se interponga entre el individuo y sus deseos materialistas o hedonistas. Así se ahoga el sentido de trascendencia… y hasta lo religioso: sólo cuenta el aquí y ahora.
De ahí las frases recurrentes: “Se están perdiendo los valores”, “En mis tiempos esto no ocurría”. Suelen corresponder a la mirada de quienes vivimos épocas menos convulsionadas. Cierto es que cada ser humano posee una concepción distinta de lo moral; lo que para unos resulta correcto, para otros puede no serlo. Los valores se definen según las necesidades de cada sociedad. Aun así, tendemos a asociarlos con lo bueno, lo perfecto y lo valioso.
La moral y la ética son inherentes a la persona y, por lo general, se interiorizan primero en el núcleo familiar, con el ejemplo cotidiano. A medida que crecemos asimilamos otros valores —sociales, culturales— que ensanchan nuestra mirada.
Sin embargo, generación tras generación constatamos su pérdida de vigencia. Muchos jóvenes ya no respetan a sus mayores; conceden un valor desmedido a la moda, la vanidad o la notoriedad, relegando la cooperación con el semejante. Esa distorsión nutre la crisis social que vive el mundo —y nuestro país no es la excepción—: índices de delincuencia, embarazos precoces, niños en la calle, tráfico de drogas o prostitución dominan titulares y nos recuerdan a diario la urgencia de recomponer el tejido moral.
Porque, en definitiva, los valores definen lo que realmente somos.
Nuestra identidad se resume en la suma de aquellos que abrazamos.
Y cuando los valores son claros, tomar decisiones resulta sencillo.
¡Feliz domingo en familia, como debe ser!