Haremos un paréntesis para que se tenga una idea lo más clara posible de cómo pudieron ocurrir los acontecimientos.
Desde hacía unos años, Trujillo solía vestir de civil, pero cuando por las primeras noches se le veía con uniforme militar, era por todos conocido que partiría esa misma noche hacia su finca Fundación, en San Cristóbal, a 28 kilómetros de la capital.
Era su costumbre: después del almuerzo en el Palacio Nacional, se dirigía a su antigua residencia, Estancia Ranfis, en la Avenida Independencia. Por la entrada frente al Hospital Infantil Angelita (hoy Robert Reid Cabral), iniciaba un recorrido a pie durante aproximadamente una hora. Luego se trasladaba a su residencia Estancia Radhamés y, alrededor de las cuatro y media, regresaba al Palacio. Terminada la labor de la tarde, volvía a su residencia y, al caer la noche —incluso bajo la lluvia—, comenzaba su rutina diaria: caminaba hacia la casa de su madre en la Avenida Máximo Gómez (Norte) y continuaba por la misma hasta la George Washington. A veces se detenía en la intersección de ambas avenidas; otras, seguía caminando kilómetros acompañado de políticos, amigos y militares. Siempre se comentó, especialmente en la capital, que en esas caminatas y tertulias se trataban los más diversos temas: políticos, militares e incluso asuntos privados.
La noche del 30 de mayo de 1961, Trujillo no alteró sus costumbres. Salió de su residencia vestido de militar, visitó a su madre y luego se dirigió a pie hacia la Avenida George Washington. Caminó hasta la esquina suroeste del Parque Ranfis (hoy Eugenio María de Hostos), donde se sentó y conversó un buen rato con numerosos amigos y militares. Al despedirse, ya en su automóvil, llamó al general Román, Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas —quien, se supo después, estaba comprometido en la celada que horas más tarde acabaría con la vida de Trujillo—. Tras hablar con él, lo invitó a acompañarlo en su auto. Se supo que se dirigieron a la Base Aérea de San Isidro.
A su regreso, Trujillo dejó al general Román en su casa y continuó hacia su residencia. Cambió el automóvil grande —que usaba habitualmente para viajar al campo— por un pequeño Chevrolet Sedan y partió hacia la casa de su hija Angelita, acompañado únicamente por su chofer, Zacarías de la Cruz. Tomaron la Avenida George Washington en dirección a San Cristóbal, donde ya estaban apostados, estratégicamente distribuidos, los hombres que pondrían fin a su existencia.
¡Hasta una próxima entrega sabatina!