RD Herald. – Corría el año 1955 cuando el entonces vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon, visitó República Dominicana acompañado de su esposa Patricia, en una recepción celebrada en el Salón de Embajadores del Palacio Nacional. En plena cobertura del evento, un reportero gráfico del periódico El Caribe, Enriquillo Durán, en su afán por lograr el mejor ángulo, terminó pisando —accidentalmente— al mismísimo vicepresidente norteamericano.
Nixon, con su característico aplomo diplomático, respondió con una sonrisa al inesperado pisotón y, con gesto amable, aceptó las disculpas de un aterrorizado Enriquillo. Su esposa Patricia, queriendo tranquilizar al fotógrafo, le dijo con ternura:
«Mi vida, ¿te sientes mejor del pisotón?»
Nixon, sonriendo, tomó a su esposa del brazo y le dio unas palmaditas con la mano izquierda, mientras seguía saludando a los presentes. Pero la escena tomó otro tono cuando un alto militar, escolta y allegado del Jefe, se acercó al fotógrafo visiblemente indignado.
Durán, aún en estado de shock, apenas podía hablar. El general, que preferimos no nombrar, le dijo entre dientes:
—Mira, hijo de p… ¿tú tienes los ojos en el…? ¿Tú no sabes que pisaste al vicepresidente de los Estados Unidos? Si no fuera por esta gente, ¡te tiro por el balcón!
—Pero, general, yo… yo… —balbuceaba Enriquillo.
—¡Cállese la boca, carajo! —bramó el oficial—. ¡Debería darte un revés pa’ que escupas todos los dientes!
En ese momento intervino Alonso Rosario, fotógrafo de La Nación, intentando calmar los ánimos:
—General, fue un accidente. Enriquillo no tuvo la intención…
Pero el militar lo interrumpió:
—¡¿Y a usted quién lo llamó, moño colorao?! ¡A mí no me van a sugestionar con cuentos! Ustedes los fotógrafos y periodistas son como los pavos: caen en grupo con cualquier cosa…
Visiblemente alterado, sentenció:
—Voy a llamar al periódico para que te cancelen. A ver si aprendes a mirar donde pisas…
Mientras tanto, en otra esquina del salón, Trujillo, Nixon y el sonriente traductor Manuel de Moya Alonso conversaban animadamente, ajenos al incidente.
La amenaza del general no quedó ahí. Alonso Rosario y otros colegas se las ingeniaron para hacer llegar el caso al general Héctor B. Trujillo, hermano menor del Jefe y considerado por muchos como el “paño de lágrimas”. Este envió un emisario al director de El Caribe, Germán Emilio Ornes, explicando que Enriquillo no había cometido ningún delito.

Y fue casi un milagro. Porque al finalizar la recepción, el general llamó furioso al director del diario, y entre improperios llegó a decir:
—¡A ese fotógrafo hay que tirarlo a un pozo con todo y cámara, o mandarlo a La Victoria unos días!
Pero la respuesta firme del director, con frialdad y temple, fue tal que al otro lado de la línea solo se escuchó el golpe del auricular colgado con violencia.
—¡Estos carajos de los periódicos son el mismo demonio! —se quejó el general—. ¡Y se tapan todos con la misma frisa!
Después de eso, Enriquillo no volvió al Palacio Nacional por mucho tiempo. Poco después, dejó el periódico y emigró a Nueva York.