El pedido de renuncia al presidente Danilo Medina, ante los vergonzosos casos de corrupción denunciados, más que el motivo de alarma que ocasionó entre cortesanos, parece un acto de ingenuidad política. Resultará difícil que cuaje la dimisión solicitada por la vía pacífica, pero se justifica como un acto político de censura al gobierno.
Entre las motivaciones para reclamar la abdicación del mandatario se esgrime que se trata de un gobierno surgido al amparo de acciones impuras, como sería el uso de dinero procedente de la constructora Odebrecht, empresa envuelta en una red de corrupción en distintos países para lo cual operaba desde República Dominicana.
En 1990, el Partido de la Liberación Dominicana, tras alegar que le robaron el triunfo en las elecciones de ese año, emprendió una agresiva campaña para exigir la renuncia del entonces presidente Joaquín Balaguer, autor del presunto fraude. Ese partido levantó la consigna “Que se vaya, ya”, la cual repitió por todos los medios posibles.
Nunca se precisó si la corporación morada también exigía la renuncia del vicepresidente de la República, Carlos Morales Troncoso. Cierto es que siendo el maestro Juan Bosch tan meticuloso en el uso del idioma no emplearía la forma singular en el verbo (vaya) queriendo referirse a dos personas. Nunca se dijo “Que se vayan, ya”.
Los ciudadanos que han suscrito un documento planteando que Medina abandone la Presidencia, no han lanzado consigna alguna ni tienen campaña por la televisión y demás medios, pero parece que incurren en la candidez de dirigir la petición solo al presidente, quien lógicamente sería sustituido por la vicepresidenta, Margarita Cedeño de Fernández.
Ha resultado muy brusca la respuesta del presidente de la Junta Central Electoral, Julio César Castaños Guzmán, entre otras razones porque la falta del presidente no conlleva la realización de nuevas elecciones. La Constitución prescribe los pasos a seguir ante tal ocurrencia, incluso si faltara también el vicepresidente.
De renunciar Medina, le sucedería Margarita de Fernández, rama del mismo palo, pese a las diatribas que intercambian los cabecillas de grupos en el PLD: por un lado el presidente Medina y por otro el presidente del partido, Leonel Fernández, esposo de la vicepresidenta. Por eso digo que lucen ingenuos los solicitantes de la renuncia.
Estamos tan entrampados, que aun dimitiendo Medina y Cedeño, el gobierno quedaría en manos del PLD. No entiendo la desmesurada reacción de los áulicos danilistas, que han, incluso, considerado delito la citada sugerencia. A veces las circunstancias sugieren renunciar, aunque nadie lo esté pidiendo. Ocurre cuando el pudor se impone.