Santo Domingo, RD Herald. – Cuando se ajustició a Rafael Leónidas Trujillo aquel martes 30 de mayo de 1961, el país despertaba del largo silencio de la dictadura. En materia de comunicación social, la República Dominicana era un páramo: apenas tres periódicos —El Caribe, La Nación y La Información (de Santiago)—, 36 emisoras de radio y dos canales de televisión, La Voz Dominicana y Rahintel. Todo giraba, inevitablemente, alrededor del “Jefe”, su gobierno y su familia.
Aquella era una nación con micrófonos temerosos, con plumas vigiladas y pantallas al servicio de la propaganda. Sin embargo, bastó que la historia cambiara de rumbo para que la palabra, la música y la imagen encontraran su cauce natural: la libertad.
Del silencio al bullicio
A la caída del régimen, las voces comenzaron a multiplicarse. Para 1971, ya las emisoras se habían triplicado, y el país comenzaba a conocer la diversidad de opiniones, estilos y sonidos. En La Vega, Radio Santa María y La Voz del Camú eran referentes; luego llegaron Ondas del Valle y otras estaciones que ampliaron el espectro.
La década de los setenta fue el gran laboratorio de la comunicación moderna: la radio FM trajo una nueva estética del sonido, más limpia, más cercana, más popular. Radio HIGO (97.5 MHz) abrió la brecha en 1967, seguida por HIJB-FM (95.7 MHz), primera emisora estereofónica en 1969.
Ya no se trataba solo de informar; se trataba de conectar emocionalmente con un público que buscaba identidad en las ondas del dial.
La televisión, un espejo del país
Mientras tanto, la televisión dominicana encontraba su propio lenguaje.
En el primer lustro de los 70, José Semorile puso en marcha Tele-Inde, canal 13, y poco después Waldo Pons lideró Telesistema, canal 11.
A finales de esa década, la familia Ornes levantó Teleantillas, canal 2, consolidando la tríada de señales nacionales que marcaron a una generación.
Más adelante, en 1981, llegó el telecable de la mano de Telecable Nacional, y en 1995, el Grupo Telemicro daría un nuevo impulso al entretenimiento. En provincias como La Vega, pioneros como Jochy y Roberto Canaan fueron los primeros en llevar televisión por cable a los hogares.
Era la época dorada de los programas que unían familias frente a la pantalla: El Gordo de la Semana, El Show del Mediodía y Lucha Libre Internacional. En esta última, el país entero se paralizaba para ver a Jack Veneno enfrentar al legendario Relámpago Hernández. Eran días donde la televisión no solo entretenía: marcaba el pulso del alma nacional.
Entre apagones y emociones
Recuerdo —y también lo recuerda mi adorada esposa— que los apagones obligaban a mudarse de vecindario para no perderse las telenovelas.
Muchacha italiana viene a casarse, Renzo el Gitano, Simplemente María o La Gata eran más que historias; eran rituales sociales, conversaciones de esquina, sueños compartidos.
La televisión, al igual que la radio, nos enseñó a imaginar, a reír y a llorar juntos. Cada programa, desde Recetas para el Éxito hasta Los Picapiedras, fue un espejo donde se reflejaban nuestras aspiraciones y nuestra manera de entender la vida.
Reflexión final
Hoy, cuando los medios digitales parecen haber borrado las fronteras entre productor y consumidor, vale la pena mirar atrás.
Recordar aquella época no es simple nostalgia, sino un ejercicio de gratitud hacia quienes construyeron, con cables, voces y pasión, el entramado cultural que nos permitió reconocernos como pueblo.
En una nación que pasó de una sola voz a un coro de cientos, la historia de la radio y la televisión dominicana sigue siendo una lección viva de libertad.
Hasta una próxima entrega sabatina, porque recordar también es resistir.