Durante la revolución industrial, las empresas trataron de maximizar la producción de sus fábricas para tenerlas en funcionamiento tantas horas como les fuera posible, y por lo general la jornada de trabajo era de “sol a sol”. Los salarios también eran extremadamente bajos, por lo que los trabajadores a menudo necesitaban trabajar estas largas jornadas sólo para sobrevivir, incluyendo demasiado a menudo el envío de sus hijos a trabajar en las fábricas, en lugar de estar educándose en la escuela.
La jornada típica de trabajo en aquellos tiempos duraba en cualquier lugar 10-18 horas al día, seis días a la semana. Todo esto comenzó a cambiar en el siglo XIX.
El primero en sugerir una jornada de ocho horas fue el británico Robert Owen, que también fue uno de los fundadores del socialismo. Owen proclamó que la jornada diaria debía ser dividida en tres partes, teniendo los trabajadores tiempo para sí mismos y unas horas de sueño respetables. Así, en 1817, comenzó a hacer campaña por una jornada laboral de ocho horas para todos los trabajadores, acuñando la frase “Ocho horas de trabajo, ocho horas de recreo, ocho horas de descanso”
Por desgracia, esto no tuvo un éxito inmediato, aunque a lo largo del siglo XIX se aprobaron una serie de leyes de fábricas que constantemente mejoraban las condiciones de trabajo y la reducción de las horas. Por ejemplo, la ley de fábricas de 1847 estipulaba que a las mujeres y los niños se les debía ser concedida una jornada de diez horas, por lo que “sólo” tenían que trabajar 60 horas por semana.
La jornada de trabajo de ocho horas fue la lucha que emprendió -una vez más, en Gran Bretaña- en 1884, Tom Mann, que formó parte de la Federación Socialdemócrata. Mann posteriormente formó “La liga de las ocho horas” cuyo único objetivo era conseguir que la jornada de ocho horas se estandarizada. Su mayor victoria llegó cuando lograron convencer al Congreso de los Sindicatos, que representaba a la mayoría de los sindicatos en Gran Bretaña -y lo hace aún hoy en día- para establecer la jornada laboral de ocho horas.
Años atrás, este movimiento comenzó en los Estados Unidos, en 1791, cuando los trabajadores de Filadelfia, sorprendente mente comenzaron a trabajar diez horas diarias, que incluían dos horas para las comidas. Por la década de 1830, el apoyo a esta causa fue compartido por la mayoría de las personas de la clase obrera de aquel país, pero aún así no lograban encontrar apoyo entre los propietarios de negocios (cosa rara, ¿verdad?). Durante las siguientes décadas, los trabajadores llevaron a cabo huelgas exigiendo menos horas de trabajo y poco a poco las cosas empezaron a mejorar.
El progreso era lento, así que no fue hasta 1905 que las industrias comenzaron a implementar la jornada laboral de ocho horas contra su propia voluntad. Una de las primeras empresas en implementar estos turnos fue la Ford Motor Company en 1914, que no sólo redujo la jornada de trabajo a ocho horas, sino también comenzó a dar incentivos a sus trabajadores por producción. Esto dió lugar a que la productividad de Ford aumentara, pero con un menor número de horas, y los márgenes de ganancias se dispararon (se duplicaron los beneficios en dos años). Esto animó a otras empresas a adoptar la misma táctica…
Por último, en 1937, la jornada laboral de ocho horas fue estandarizada en los Estados Unidos y regulada por el gobierno federal de acuerdo con la Ley de Normas Razonables de Trabajo. Se estipulaba que los trabajadores no trabajaran más de 44 horas a la semana y las horas extras serían abonadas según convenio. Rápidamente se propagó al resto de países que no habían adoptado la norma (en Europa ya se estaba consolidando) y, hoy en día, curiosamente, ya quisiera más de uno trabajar “sólo” ocho horas…
En 1919, en Barcelona, después de una huelga general de 44 días, con más de 100.000 participantes que paralizó la economía, el gobierno español aceptó las demandas de los trabajadores que incluían una jornada de ocho horas, el reconocimiento de los sindicatos y la readmisión de los trabajadores despedidos. El 3 de abril fue aprobado el decreto y a partir del 1 de octubre de 1919 la jornada máxima total de trabajo en España fue de 8 horas al día y de 48 a la semana. El Conde de Romanones fue relevado del gobierno en abril de 1919 después de firmar el 3 de abril el llamado “Decreto de la jornada de ocho horas“