Santo Domingo, RD Herald. – Hace poco, el periódico Diario Libre estremeció la opinión pública con un titular alarmante:
“El 62 % de los niños de 10 años no puede leer ni entender un texto simple. Educa elabora un proyecto para estimular la lectura en las aulas; la ADP dice que se debe revisar la promoción automática en primeros grados, equipar las aulas y contratar más personal”.
La noticia invita inevitablemente a la reflexión y nos lleva a evocar otros tiempos, cuando en nuestras escuelas primarias la Lectura Comprensiva era parte obligatoria del programa de Gramática Española. El método era sencillo, pero efectivo: el profesor pedía a un alumno leer un párrafo en voz alta y, de inmediato, lanzaba la pregunta decisiva: ¿Qué entendiste de lo que acabas de leer?
Ese ejercicio despertaba las neuronas y obligaba al estudiante a interpretar, razonar y expresar con sus propias palabras. El orgullo de hacerlo bien ante el aula, y en ocasiones en competencias de “hembras contra varones” o entre cursos como 7mo A vs. 7mo B, convertía la lectura en una experiencia emocionante.
En la secundaria, los clásicos de la literatura dominicana y universal se transformaban en lecturas obligatorias: Enriquillo de José Gabriel García, María de Jorge Isaacs, El Masacre se pasa a pie de Freddy Prestol Castillo, Cosas Añejas de César Nicolás Penson, Over de Ramón Marrero Aristy, entre otros. Obras que abonaron el terreno de la formación académica y cultural de toda una generación.
El valor de los pasatiempos
Más allá de las aulas, otros recursos contribuían a expandir el vocabulario y la agudeza mental. Los crucigramas se convirtieron en un pasatiempo que fortalecía el léxico y el acervo cultural. Y, a finales de los años sesenta, el famoso Listingrama llevó el reto más lejos, sumando imágenes a interpretar y hasta recompensas económicas para quienes lograban completarlo.
Lectura como acción inteligente
Comprender un texto no es simplemente descifrar palabras. Es un proceso complejo donde se construye significado a partir de las experiencias acumuladas y la capacidad crítica. La lectura implica comparar, cuestionar, aceptar o rechazar, y en ese ejercicio la mente se abre como un paracaídas: solo funciona si está abierta.
De ahí la importancia de cultivar el hábito lector, enriquecer el vocabulario, perfeccionar la capacidad expresiva y, sobre todo, formar criterio propio. Porque esas “manchitas negras” que llamamos letras se transforman en ideas cuando llegan al cerebro, y es entonces cuando la lectura deja de ser mecánica para convertirse en acción inteligente.
Hasta una próxima entrega sabatina.